Muchos adultos mayores sobreviven al envejecimiento pagando la factura de la soledad y del empobrecimiento de la calidad de sus relaciones sociales. La la soledad del anciano es percibida por las personas del entorno familiar y social, aunque se suele ocultar porque es el espejo que refleja la futura vejez de cada uno. Los ancianos muestran esta soledad aun estando en compañía, ya sea en un encuentro familiar o en medio de los hijos y en ausencia de la familia, acompañado de sus cuidadores profesionales. Incluso si la presencia y el cariño de otra persona intenta suavizar el sentimiento de soledad, éste nunca desaparece por completo, pues nunca se descubre la sintonía y correspondencia humana que le integre al anciano en plenitud.Pero no solo la soledad repercute sobre la salud, sino que la presencia de la enfermedad se convierte en una reacción de muchas personas que salen al paso de la vulnerabilidad y de la soledad generándose solidaridad.
Como la soledad repercute en la salud, la enfermedad repercute en la soledad.En efecto, la salud deteriorada conlleva un mayor apoyo familiar que se muestra en la mayor convivencia con otros familiares, sobre todo, con los hijos e hijas.Las personas sanas conviven en proporciones parecidas en compañía que a solas (o en pareja), pero cuando las personas se sienten enfermas viven en compañía de mayor proporción que a solas y que cuando se sienten sanas. Es decir, que los problemas de salud impelen a las personas ancianas a buscar y obtener, en mayor medida la compañía filial.Aunque resulte paradójico, algunas personas mayores cuando descubren que enfermar es una solución para su soledad, las propias molestias se convierten en el centro de su atención y en la estrategia para atraer a sí a las personas queridas o cuidadores profesionales. El adulto mayor puede llegar a aprender que sólo con el dolor consigue ponerse en el centro de la escena y de la atención.En el fondo esta dinámica es universal: hasta una enfermedad se puede llegar a convertir en una astucia de la soledad para llamar la atención.
“Si el anciano enfermo se calla, aún los dolores hablaran por el, atraerán la atención, el afecto y la compañía. La enfermedad sirve de intermediario. A través de la impotencia y de los necesarios cuidados, paradójicamente el cuerpo encuentra el medio de una comunicación que se le ha rehusado. Es un chantaje de la enfermedad, al que cede el anciano y al que todos ceden de buen grado, pero con inconsciencia de ese repentino vínculo afectivo.
Finalmente quiero dejar una reflexión de un gran escritor al llegar a su propia vejez: “El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.” Gabriel García Márquez.