EL MÉDICO FRENTE AL DOLOR EMOCIONAL DEL PACIENTE QUE VA A MORIR

No es fácil enfrentar el dolor emocional de un paciente. Las implicaciones que su próxima muerte tiene dentro de su ámbito familiar, explorar el significado o la carencia del mismo, que para ese paciente en particular tiene la vida que está llevando y el futuro que le espera, expone a los médicos tener que admitir sus propios temores, vulnerabilidad y limitaciones, a veces no reconocidos por ellos mismos. Muchas veces los profesionales sienten que para defender su «rol omnipotente» deben ocultar cualquier manifestación de compasión, de sensibilidad, de tristeza por la situación de ese ser humano, su paciente.

La bata blanca puede representar un símbolo de distancia y a la vez una armadura emocional que delimita el contacto con el paciente a la mera atención sintomática.

Pero su objetivo de lograr una muerte digna, de procurarle a los pacientes una buena calidad de muerte, se ve entorpecida por tales actitudes que expresan una distancia y una anestesia emocional hacia el sufrimiento que la mayoría de las veces no es real. Es tan solo un mecanismo de defensa.

Para reconocer el sufrimiento del otro no se requieren grandes habilidades ni esfuerzos intelectuales. Se requiere que la empatía, o sea la capacidad de ponerse en el lugar del otro, no esté empañada por sus propios temores. Porque afrontar con el otro su sufrimiento, exige del médico, entender su propia condición de humano susceptible de sufrir. Así, es posible que la intolerancia ante el llanto, la tristeza o el desasosiego del paciente o de sus familiares se acentúe por no aceptar el propio sufrimiento. Esa intolerancia puede llevar al profesional a medicar al paciente con antidepresivos o sedantes en lugar de generar una respuesta emocional de cercanía e interés por conocer y compartir su momento.

Resulta preocupante para muchos que al haber más vidas prolongadas, haya más sufrimiento que nunca antes en un contexto de atención médica carente de humanismo, en la cual ni médicos ni enfermeras disponen de tiempo para escuchar, que tampoco poseen espacios de soporte emocional para validar las reacciones que como humanos les suscita la muerte de sus pacientes. Para poder abordar el sufrimiento con eficacia la Medicina y el médico deberán recuperar su humanismo, que nunca debieron perder. Mientras tanto continuará siendo una asignatura pendiente.

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