En sentido estricto, una profesión es una ocupación técnica, a tiempo completo. Además, se trata de una ocupación para toda la vida: cuando alguien es médico es algo que se conserva aún a pesar de dejar de ejercer la profesión. Existe un compromiso vocacional muy especial, y un ideal de servicio que se brinda a la sociedad y al paciente. Un profesional es la única persona legitimada para proveer ciertos servicios personales. Dado que esa posición social peculiar se deriva del hecho de poseer un conocimiento aplicado y actualizado, genera admiración y respeto por la profesión.
El estatus es la posición que una persona o un grupo ocupa dentro del sistema institucional o sociedad. Dicho estatus está asociado a un mayor prestigio o poder cuanto más importante sea la función que se realiza según las necesidades que satisface. El estatus de la profesión médica, como profesión arquetípica, siempre ha gozado de buen prestigio y poder entre las ocupaciones. De hecho, el rango de profesión como una ocupación a la que se le ha otorgado una autonomía legítima, porque posee un específico cuerpo de conocimiento o disciplina, ya evidencia dicho prestigio.
Al paciente se le trata como un todo, lo que implica la necesidad de fundamentar la práctica profesional en un conocimiento poco especializado. Los mejores pacientes para un profesional son aquellos de carácter universal, a diferencia de los que provienen de grupos o corporaciones.
Por ello, las reformas sanitarias realizadas en muchos países desde finales de los años 1980, bajo la figura del “gerenciamiento” y priorizando el “costo/beneficio” en la atención médica, distorsionaron el rol profesional dañando principalmente su autonomía.
Además, la complejidad técnica y los inmensos costes económicos de la organización del sistema sanitario han provocado un cambio en la relación del médico con dicho sistema, provocando que muchos profesionales colisionen contra ésta (gerentes, aspectos organizativos, prioridades, intereses personales, institucionales, económicos…etc).
Esta situación llevó que disminuya ese reconocimiento social honestamente adquirido y a perder un estatus que hacía que la profesión médica fuera poseedora de una moralidad especial reconocida (que les hacía inmunes), al desprestigio y a una continua proletarización de la profesión. Ciertamente, los tres sellos distintivos del trabajo profesional, que son autonomía, colegialidad y dominancia, han sido cuestionados por nuevas formas burocráticas de organización y control del trabajo, a través de protocolos explícitos y nuevas formas de supervisión jerárquica.
Según algunos autores, esto ha supuesto la cooptación de las élites médicas para servir a los intereses de los políticos, las empresas y el mercado, de manera que al interiorizar sus discursos e identificarse como gestores, se convierten en los mejores vigilantes del mantenimiento del sistema, que a cambio de un cierto prestigio y poder provocan la pérdida de estatus del resto de la profesión médica.
Los primeros son los que velan por el conocimiento profesional, son consultores de sus colegas, tratando que el trabajo profesional permanezca bajo el control de la profesión médica. Y la otra elite, que forman los profesionales de base, que son médicos gestores, que tratan en ese contexto laboral se respeten sus intereses profesionales. Así, el poder y la autonomía que pierde la base se conceden a las élites profesionales. Ahora los enfermos no son del médico, sino de las compañías aseguradoras o de las empresas de salud, que desvalorizaron al médico, convirtiéndolo en un asalariado suyo. La conformación de dichos sectores o la estratificación no es ajena a la clase social, sino que reproduce sus dinámicas dentro de la profesión. Esta evidencia lleva a reflexionar sobre si, al igual que está ocurriendo en la sociedad, donde la crisis económica la absorben las clases más frágiles, mientras una minoría opulenta es cada vez más rica, en el caso de la profesión médica la pérdida de estatus recaería sobre la base, mientras las élites administrativas dedicadas a la gestión y la representación profesional adquirirían cada vez más poder. Cabe preguntarse si nuestras universidades son tan sensibles al concepto de clase social y por la crisis económica existe también estratificación en los estudiantes, vamos a terminar importando también las diferencias de estatus dentro de la profesión médica.
En síntesis, en términos de capital humano, las condiciones necesarias para llegar a esta cúspide no serían la experiencia o la formación en gestión, sino el conocimiento clínico, lo cual apoya la lógica de la credibilidad profesional y el profesionalismo médico frente a la lógica de la competencia y la experiencia en gestión. Esto muestra que las reformas sanitarias no han debilitado el estatus y el poder a de la profesión médica en su conjunto, sino que han motivado una estratificación entre los mismos médicos, redistribuyendo el poder en la profesión, provocando desigualdades de estatus dentro de la misma profesión vinculadas a la clase.