«Una sociedad observa atónita como un desconocido biovirus, ha confinado a más de la tercera parte de la población mundial, demostrando la vulnerabilidad de nuestro sistema inmunitario a pesar de todos los adelantos científicos.
La realidad sanitaria de esta pandemia es a la vez biológica y social. Un virus ignoto, que superó al sistema inmunológico natural (anticuerpos), demuestra que la Medicina es la ciencia de la incertidumbre y que mientras no se descubra la vacuna, el único recurso con que cuenta para evitar el contagio es el “sistema inmunológico de conducta” (aislamiento y contacto virtual).
Para una parte de la sociedad, el cambio en la rutina diaria, confinada y sin contacto con familiares y amigos se convierte en una experiencia potencialmente traumática, con posibles consecuencias en su propio psiquismo. El distanciamiento social, pensado como una manera de luchar contra la expansión del virus, podría generar una extrema inquietud en su potencialidad para cuestionar los vínculos y reflexionar sobre ellos.
Cuando la Medicina no brinda certezas, se toma conciencia de la propia vulnerabilidad y es inevitable que aparezca temor ante lo desconocido. Al mismo tiempo se percibe que algunas cosas del diario vivir se devalúan mientras otras, se revalúan. Una de ellas es la salud. Los elementos que nos daban seguridad y confianza, ya no son suficientes. En consecuencia, la salud, ese ¿bien? muchas veces ignorado y otras, descuidado, está en riesgo de perderse y para algunos ancianos, perder la salud la puede significar también perder la vida. Muchos necesitaron una pandemia para entender que la salud es un bien.
Recordemos lo que dijo el jefe de la OMS para Europa, Hans Kluge, cuando se inició la pandemia: “El aislamiento, el distanciamiento físico, el cierre de escuelas y lugares de trabajo, son desafíos que nos afectan, y es natural sentir estrés, ansiedad, miedo y soledad en estos momentos”.
Resulta que ese virus desconocido hasta ayer, hoy está presente en todas las actividades cotidianas: lo encontramos no sólo en las noticias, en el relato de familiares y amigos y en las redes sociales, también lo está en las actividades que realizan en la cuarentena obligatoria: muchos debieron adaptarse a medidas que nunca imaginaron, de la noche a la mañana.
Es imprescindible que en medio de un enemigo desconocido, que cambia día a día, se necesite una guía a seguir, algo así como un Manual de Instrucciones, que aunque cambie en forma cotidiana, brinde un marco de contención y directrices que generen una cierta seguridad, en medio de la angustia y el desasosiego.
Los gobiernos han debido avanzar por prueba y error, diseñando estrategias nacionales y regionales de acuerdo a la realidad de cada comunidad, elaborar planes de salud tan cambiantes como los datos procesados. Posiblemente se tenga que convivir con avances y retrocesos.
Frente a la dramática situación que provoca el riesgo de morir, los problemas de salud mental están minimizados. La salud física y a los cuidados para mantenerla son la prioridad, la angustia, la ansiedad, la tristeza, parecen estar subsumidos a la supervivencia.
Ese simple biovirus que irrumpió en el Siglo de la Información puso en evidencia que toda la Big Data no es suficiente para evitar una pandemia. Esta “Sociedad del Bienestar” que supo esconder el sufrimiento y la muerte dentro de los hospitales, vuelve a estar sometida por los mismos fantasmas. La presencia de la muerte en los medios de comunicación, especialmente en radio y televisión, donde muchos tienden a refugiarse, parcelan la realidad con noticias que cambian diariamente, generando angustia y falsas expectativas. La imagen de la persona aislada, mirando una pantalla en soledad, angustiada, es la expresión patética de cómo se vive en “modo de supervivencia”, que puede llegar a deshumanizar las relaciones interpersonales. Sometidos al temor colectivo, sea racional o no, muchos priorizarán su seguridad antes que arriesgarla en una actitud solidaria.
Vivir en modo de supervivencia, en última instancia revela ni más ni menos, el miedo a la muerte. A tal punto, que sobrevivir se está convirtiendo en algo absoluto, como si se estuviese en un estado de guerra permanente. Todo el esfuerzo se realizará para asegurarse la existencia, aunque eso implique perder la calidad de vida. Se pierde todo sentido del bienestar. Para sobrevivir, algunos resignadamente sacrificarán todo lo que hace que valga la pena vivir, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía.
Una sociedad sometida al impacto de semejante pandemia, no podrá evitar sentirse sacudida cultural, social y materialmente. Cómo será el mundo y cómo será el individuo que, tras varios meses en su cueva, sale a un exterior distinto. Como ocurre en las guerras, donde la postguerra es peor que la guerra; la postpandemia será peor que la pandemia. Los graves problemas en el área de la salud mental no son los que suceden durante el desastre sino los que vienen después. La pobreza que generará la pandemia puede cobrarse más vidas que las que se lleva el COVID19.
El riesgo es que en algunas personas vulnerables, poco a poco se vaya generando una fobia social donde no hay ningún contacto. La soledad puede condicionar conductas autistas, ya que al no contrastarse con la palabra del otro puede inducir a conductas autodestructivas mayores.
Psicológicamente, el coronavirus ha dejado al ser humano frente a sí mismo. Los predictores de superación están vinculados a la capacidad para la resolución de problemas, manejo de las emociones y de las dificultades. Los rasgos de cada personalidad definirán en cada uno, el modo de afrontamiento con matices que van desde el miedo irracional y la inestabilidad emocional hasta la propia negación, pasando por un muestrario de respuestas más o menos adaptativas. La gestión de la incertidumbre no es tarea fácil, porque ejercer un cierto control sobre la situación favorece la adaptación de una respuesta más eficaz.
Es oportuno que recordemos la reflexión de Albert Camus en La Peste ,“…las peores epidemias no son biológicas, sino morales”. En las situaciones de crisis, puede emerger lo peor de la condición humana: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero también puede aparece lo mejor, la empatía de quienes sacrifican su bienestar para cuidar y proteger a los demás.