LA MEDICINA ES HIJA DE SU TIEMPO

En la historia de la humanidad la enfermedad es tan antigua como el hombre. Las sociedades primitivas reconocían a la enfermedad como una condición indeseable y la muerte como su consecuencia inevitable, convirtiéndose en valores culturales de sus mitos y rituales. Desbordaba la dimensión humana y en un marco sobrenatural se aceptaba resignadamente al sufrimiento y la muerte como parte de la condición humana. Durante los siglos se aceptó el designio que la enfermedad era un castigo de los dioses, llegándose a condenar a los enfermos al aislamiento o al destierro. La evolución de la medicina a lo largo de la historia fue el fruto de la cultura existente en cada época y tal como ocurre en las demás ciencias, la medicina siempre fue “llevada” por los vientos sociales que soplaban. Baglivio, el gran anatomista y filósofo italiano afirmaba hace cuatro siglos que la “medicina es hija de su tiempo”, tratando de expresar que cada cultura ha debido y deberá enfrentar el sufrimiento y la enfermedad de acuerdo a su tiempo histórico. Prueba de ello, es la evolución que tuvo la relación médico – paciente, que hoy se reconoce como un pilar fundamental en la asistencia médica y que fue modificándose a través de diferentes etapas históricas: desde la que prevaleció en el inicio de la civilización, la mágica: centrada en supuestos poderes mágicos que luchaban con fuerzas sobrenaturales a favor del enfermo; la mística: que pretendía interceder ante las divinidades de turno, utilizando “las potencialidades” de los espíritus para las curaciones; la religiosa: vinculada con las creencias religiosas, emergiendo en una época donde se vinculaba la enfermedad con “la culpa”, quedando el destino de la salud en manos de los referentes de la religión dominante. No hay que olvidar que en el Medioevo, durante los años del oscurantismo, se “pontificaba lo espiritual en detrimento de lo corporal”. Al descuido de la higiene personal y habitacional, se le sumó la acumulación de la basura, favoreciendo la aparición de las plagas y las grandes epidemias que devastaron a Europa. Recién con el advenimiento del profesionalismo ganó terreno la concepción natural de las enfermedades y la Medicina fue reconocida como la ciencia y el arte de curar, con un alto contenido humanístico. La enfermedad abdicaba de las causas sobrenaturales y reconocía un nuevo paradigma, el fisiopatológico, que colocó a ésta en el mundo natural como objeto de estudio racional constatando que la etiología y el desarrollo de la enfermedad incluía al propio organismo. La Medicina actual es el resultado de un proceso histórico y social que a partir de los descubrimientos del siglo XIX, pretendió hacer realidad lo que hasta ese entonces era una utopía: aliviar el dolor y el sufrimiento, prevenir y curar la enfermedad, y en lo posible postergar la muerte. Distante de la magia y centrada en la investigación sobre la enfermedad y sus causas naturales, la medicina en su derrotero histórico siempre estuvo supeditada a los cambios culturales y siempre tuvo que superarse a sí misma, avanzando por prueba y error. En el contexto social contemporáneo, con la irrupción de las tecno-ciencias, se manifiesta como una expresión más de la cultura moderna: empírica pues se fundamenta en la observación y en la experiencia; cuantitativa porque se apoya en el dato preciso y en la relación causa-efecto y, finalmente, cualitativa, porque requiere la alta especialización. La sofisticada tecnología para el diagnóstico y tratamiento ha ido reemplazando la anamnesis y la semiología, debilitando la comunicación, convirtiéndose así en una relación médico-paciente en una relación técnica, fría, despersonalizada, con escaso tiempo para escuchar atentamente el relato de los síntomas, el estado de ansiedad y el entorno psicosocial del paciente. Cuando se utiliza en forma abusiva la tecnología médica, además aumentan sensiblemente los costos de atención, sin que ello signifique mejoraría en los resultados y lo más preocupante es que termina condicionando al profesional a perder la visión del humanismo milenario que caracterizó a la Medicina desde siempre.


LA FRAGMENTACIÓN DE LA CIENCIA MÉDICA PROVOCA LA FRAGMENTACIÓN DEL SER HUMANO

La instrucción profesional incluye la aplicación del método científico, donde se pondera el análisis del todo a través del conocimiento de las partes, condicionando al reduccionismo científico. La respuesta directa a dicha influencia fue la creación de nuevas disciplinas: las especialidades médicas, tanto relacionadas con la clínica, como con la cirugía. El avance tecnológico fue de tal magnitud que la enseñanza médica alentó más al aprendizaje de las nuevas disciplinas, en detrimento de la clínica tradicional. La consecuencia fue un reconocimiento académico, acompañado por un prestigio social, los cuales ponderaban las nuevas habilidades técnicas que acompañan a las especialidades. A esta realidad, hay que sumar el advenimiento de las subespecialidades, que motivó una reducción marcada del número de médicos generalistas. La fragmentación de la profesión médica, provocó la fragmentación del individuo enfermo en persona-paciente. 
Hay otro factor condicionante que entorpece más aún la relación del médico con sus pacientes: la irrupción de obras sociales y empresas privadas en el sistema de salud, que convirtieron al enfermo en un rótulo con siglas, a la actividad médica en un simple score numérico, pretendiendo simplificar los tratamientos a una ecuación “costo-beneficio”. El “tiempo del siglo XXI”, nuestro tiempo, nos coloca ante una nueva realidad sanitaria: a) Una utilización creciente de tecnologías de alta complejidad para el diagnóstico, que aumenta la deshumanización del acto médico. b) El abuso de la interconsulta entre distintas disciplinas clínicas, que “diluye” la responsabilidad profesional en la toma de decisiones. c) Pacientes/prestatarios que refieren ser evaluados fraccionadamente y carecen de un profesional referente. d) Un aumento de la demanda que ha desbordado al sistema de salud pública acotando el tiempo asistencial y los sistemas de salud privados que priorizan el objetivo económico, simplificando el acto médico a una relación de prestador-prestatario.


LA RELACIÓN PRESTADOR/PRESTATARIO PRETENDE SUSTITUIR LA DE MÉDICO/PACIENTE

En un pasado no muy lejano el acto médico se establecía entre la persona que había aprendido conocimientos sobre medicina que brinda ayuda a otra persona que padece una enfermedad, o sea, un encuentro entre dos personas concretas: EL MEDICO Y EL PACIENTE. Por las vivencias referidas por colegas y pacientes, en muchos casos, la medicina contemporánea muestra otra realidad: se establece un by-pass virtual entre dos entidades abstractas: LA MEDICINA Y LA ENFERMEDAD, que constituyéndose en verdaderos protagonistas del acto médico dejan relegada la relación interpersonal. El consultorio médico, es un mudo testigo de este desencuentro que impide el mutuo reconocimiento, privando al enfermo de su valoración como persona y al médico del reconocimiento profesional. Si bien es importante conocer qué clase de enfermedad tiene un paciente, es más importante aún conocer “que clase de paciente tiene una enfermedad”. Como si no fuese suficiente todo lo descripto, en el “siglo de la comunicación”, ciertos temas de salud expuestos en Internet y en algunos medios masivos de comunicación, carecen del adecuado desarrollo pedagógico y terminan deformando sus reales contenidos. No pocos pacientes seducidos por esta forma de difusión se han sentido capaces de sostener una controversia diagnóstica y hasta de auto-prescribirse exámenes de alta complejidad, aplicando un simple click en el teclado de su computadora. El médico que en el pasado se esforzaba personalmente en la curación de enfermedades y el alivio del dolor, hoy debe afrontar los desafíos que entraña “hacer medicina” sometido a los vaivenes culturales del siglo XXI. Si tratamos de comparar al médico contemporáneo con el médico del siglo XIX, sus conocimientos son proporcionalmente muy superiores y, de manera paradójica, su capacidad de acción individual en ciertos ámbitos es casi tan pobre como entonces, ya que sus límites están marcados por la ecuación costo/beneficio del sistema de salud, la tecnocracia imperante y el excesivo especialismo. Otro aspecto que converge en esta realidad es la formación médica con paradigma reduccionista que va en detrimento del significado humanista de la persona y entraña un riesgo: convertir al médico en un técnico manipulado por conceptos biologicistas y tecnocráticos, que considerara al paciente como un cuerpo enfermo que hay que reparar. No pocos médicos son los que se adhirieron acríticamente a la tecnología de punta y que han sido “colonizados” por el hipertecnicismo sanitario anteponiéndolo a su habilidad semiológica. Contrariando su identidad profesional están tentados a superponer los estudios al método clínico, abusando de análisis y exámenes invasivos, que no sólo son evitables sino que además de someter a los pacientes a riesgos innecesarios, multiplican los costos del sistema de salud.


EL SABER MÉDICO SIEMPRE DEBE INCLUIR EL CONOCIMIENTO DEL HOMBRE

La Medicina ha sido y ha de ser una profesión de la más alta calidad, digna y noble, cuyo objetivo fue siempre paliar o curar el sufrimiento, por lo cual el “saber médico” siempre debió incluir al conocimiento del hombre. Toda vez que el acto médico no se orientó a este fin la Medicina tendió a deshumanizarse. Pretendiendo una crítica al hipertecnicismo que invadió al mundo sanitario,  Anthony Feinstein nos dejó esta observación: “la complejidad del ser humano sólo puede ser apreciada íntegramente por el único aparato astuto, versátil, perceptivo y suficientemente adaptable para examinar al hombre como persona: un observador humano”, ya que el evidente y saludable progreso debe ser tamizado por un cerebro pensante. Una breve reflexión final, especialmente a mis colegas: el médico y la medicina a través de la historia siempre han estado a disposición de los otros: los dioses, la magia, la religión y en los últimos años de la tecnología. Recordando aquel lejano juramento hipocrático, quizás este sea el momento oportuno de liberarse de este estigma histórico, ejerciendo la medicina sin condicionamientos, reivindicándola como profesión ética y asumiéndola mediante una comprensión integral de la persona enferma.


Profesor de Atención Primaria de la Salud. Investigador de I.U.C.S.  Fundación H.A. Barceló.

Ex Jefe de División de Prom. y Prot. de la Salud. Hospital I. Pirovano.

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