LA VIDA, LA MUERTE Y LA MEDICINA EN LA UNIDAD DE TERAPIA INTENSIVA Dr. J.C.Gimenez

“El objetivo de la Medicina no es sólo combatir la muerte, sino luchar contra la muerte prematura y la muerte inoportuna y, cuando ello no es posible, evitar el dolor y el sufrimiento para permitir una muerte tranquila”.

Cuando se hablar sobre la muerte, abstracta o específica, es inevitable hablar de la vida, de lo que se está haciendo, de lo que no se hizo, de proyectos, sueños, pérdidas, de aquel tiempo que ya se fue y de lo que todavía queda. Además como la muerte del otro siempre recuerda la propia muerte dificulta brindar ayuda y comprensión a las personas que enfrentan ese trance. La habilidad de lidiar con la muerte y el proceso de morir, es diferente entre legos y profesionales sanitarios, ya es que en la vida de éstos, la muerte forma parte de lo cotidiano y hasta llega a convertirse en su compañera de trabajo. Sin embargo, percibir la muerte puede constituir un acceso para el conocimiento sobre la muerte y el morir.

Frecuentemente los profesionales de la salud, específicamente los médicos, están expuestos a afrontar la muerte de personas que están bajo su cuidado y en vez de considerarla como parte integrante de la vida, muchos la perciben como resultado del fracaso terapéutico y del esfuerzo por la cura.

El estudio de las concepciones culturales del proceso salud-enfermedad-muerte en diferentes grupos sociales, puede proporcionar herramientas necesarias a los médicos de comprender sus propios valores y creencias ante la muerte y del proceso de morir; como sus vivencia y actitudes cotidianas que influyen en su vida personal y profesional.

Durante su estancia en la Unidad de Terapia Intensiva, las alteraciones emocionales citadas con mayor frecuencia por los pacientes son la ansiedad, el estrés, la depresión o el denominado síndrome de cuidados intensivos, en cuyo desarrollo se encuentran implicados factores como el ruido excesivo que puede dificultar el sueño y el descanso, el dolor, las medidas empleadas para la ventilación que impiden que los enfermos se puedan comunicar adecuadamente, etc. Además, los pacientes suelen desarrollar un sentimiento de falta de control de sí mismos, siendo las principales necesidades manifestadas la sensación de seguridad y “saber qué está pasando”. Los pacientes se familiarizan más con el lenguaje tecnológico (ruidos y los sonidos de los aparatos) que con el lenguaje  verbal (las palabras). Las Unidades de Terapia Intensiva son un espacio de intercambio muy particular, ya que allí la presencia de la muerte es predominante, ligada a las todas las decisiones, acciones y omisiones que adopta el equipo de salud. Frente al enfermo que requiere de soporte vital se da una relación especialmente particular: porque a diferencia de lo que creen los legos, no se trata de una decisión única, sino de decisiones continuas, cambiantes o permanentes frente a estos pacientes, cuyo único objetivo es evitar su muerte.

La UTI es el único lugar donde la vida, la muerte y el sufrimiento son hechos cotidianos. Las palabras han sido reemplazadas por los gestos y el silencio.

Las vivencias en una UTI muchas veces consisten en expectativas irreales, preguntas no efectuadas, comunicación solo gestual y el sufrimiento y la muerte inexplicados. A los profesionales sanitarios les es difícil considerar que ese paciente que tienen ante ellos, es además una persona que tiene su propia historia y biografía. Esto sucede no sólo por las características del trabajo intensivo, sino porque es una situación transitoria (el promedio de estadía en la UTI son dos o tres días), donde probablemente no hay tiempo de conocer la historia, aunque lo ideal sería mantener una adecuada relación médico-paciente. A veces se acelera la salida del enfermo aun con algún pequeño riesgo, porque  se constató que esa historia familiar va a ser mucho más importante que la permanencia fijado a un monitor.

La línea entre la vida y la muerte es delgada, motivo por el cual es importante tomar en cuenta que la muerte es un proceso natural y es el continuo de la vida. Todo esto llevó a que se acuñe un término, el de “muerte apropiada” como aquélla libre de dolor y además que brinde al paciente la oportunidad de vivir dignamente hasta su muerte.

La definición de “calidad de muerte” varía en cada país pues depende de principios culturales, sociales, morales y religiosos, entorno que debe conocer a profundidad el equipo de salud para individualizar la estrategia a seguir. Como la Medicina ha progresado tecnológicamente más durante los últimos 25 años que en los últimos 25 siglos, ha promovido un cambio en las relaciones éticas tradicionales que vinculan a médicos, pacientes y familiares y con ello plantean una serie de dilemas éticos y filosóficosen esa encrucijada. Tales dilemas se ponen de manifiesto en situaciones cruciales como las que se suscitan en pacientes sometidos a cuidados intensivos y que sobreviven en base al apoyo tecnológico de su función cardiorrespiratoria. El actual arsenal terapéutico-tecnológico que se disponer es de tal magnitud , que no resulta exagerado decir que actualmente nadie se muere sin el permiso del médico.

Pacientes en los que se daba por finalizada su vida cuando su corazón cesaba de latir, hoy pueden continuar la actividad cardíaca y respiratoria en función de las actuales medidas de soporte y presentan una oportunidad de supervivencia para sí mismos o para providenciar órganos a otros seres humanos. Un primer dilema pues ha sido definir cuándo se produce la muerte; lo cual ha conducido al concepto de muerte encefálica. Análogamente se origina una situación compleja al deber decidir cuándo suspender las medidas de soporte en un paciente terminal.

El ensañamiento terapéutico en fase terminal, es una iatrogenia encubierta, porque atenta contra lo único que le queda al paciente: su dignidad.

Solamente el médico con ciencia, experiencia y conciencia es capaz de sentir el deber y poner los medios para procurar a cada moribundo su mejor muerte. ¿Morir bien o morir mal? esa es la cuestión. La vida más larga no siempre resulta mejor, pero siempre no hay dudas que resulta peor aquella muerte que más se prolonga.

CONCLUSIÓN: Los profesionales de la salud terminan creando mecanismos de defensa que los auxilian en el enfrentamiento de la muerte y del proceso de morir. Fueron preparados para el mantenimiento de la vida, la muerte y el morir, lo que explica que haya sentimientos de frustración, tristeza, pérdida, impotencia, estrés y culpa. Ese surgimiento de frustración y la falta de preparación de algunos médicos en lidiar con la muerte es consecuencia de un déficit en su formación académica, que no los capacitó para la ardua rutina de los hospitales, especialmente para convivir con el sufrimiento ajeno. No es difícil comprender que el médico necesita crear mecanismos y formas de afrontamiento del proceso de morir generen vivencias positivas tanto para él como el paciente. Es común que la frustración del médico que asiste a enfermos críticos, llegue hasta interferir la propia asistencia al enfermo y su familia. Sin embargo, también a pesar de la convivencia constante con la muerte en su práctica en la UTI, no son pocos los médicos que aun se sensibilizan con el proceso de la muerte, tratando de ser solidarios  con el paciente y su familia.

Como el médico en la UTI asiste a personas de las cuales algunas van a morir, debe tener una idea muy clara sobre qué es la muerte para poder convivir y lidiar con ella, hasta amigarse o confrontar y retirarse cuando es necesario.

El gran riesgo de los profesionales que trabajan en la UTI, tanto médicos como enfermeras, es que la modalidad de trabajo, lo hagan vulnerables al Sindrome de Burnout, (síndrome del profesional quemado), es decir a la automatización de su trabajo por padecer un proceso de desmotivación profesional, desgaste psicofísico y despersonalización.

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