Infomedicos

Libros
RENACER
MUERTE SÚBITA EN PRIMERA PERSONA
“Esa mañana, cuando entré a la cocina para preparar el café, nunca imaginé que allí la muerte me estaba esperando. Por mi profesión muchas veces pude ser testigo de como sesgaba la vida de los pacientes, pero esta vez había venido por mí”.
En las páginas de este libro nos adentraremos en un relato profundamente personal y reflexivo sobre qué significa haber sobrevivido a una experiencia tan desconcertante como la muerte súbita, para la cual nadie esta preparado.
Este libro nace de un instante que lo cambió todo. Ese momento cuando un corazón deja de latir, los pulmones ya no respiran, el cerebro se apaga y el cuerpo se apresta a cruzar esa frontera que lo separa del vacío. Fue una muerte súbita. No hay otra manera de llamarlo. Sin embargo, como verán, también fue un renacimiento.
SOBRE EL AUTOR
Trabajamos en el ámbito de la Sanidad, algunos con actividad docente y otros asistencial, pretendiendo a contribuír con dicho mandato histórico. Como creemos que la Medicina ha sufrido una progresiva especialización, transformando la imagen del médico tradicional y que hay alto riesgo de perder ese humanismo que la caracterizó durante muchos siglos, nuestra contribución estará centrada a “humanizarla”, desde la formación académica, docencia-aprendizaje, hasta ejercicio profesional.

EMPEZAR LEER EL LIBRO
CAPÍTULO I
EL EVENTO
¿QUE ES MORIR Y RENACER EN UN INSTANTE?
“No entendemos realmente la vida hasta que no comprendemos la muerte” Confucio
Morir y renacer en un instante no es solo una metáfora: es una vivencia que trastoca el orden del tiempo, del cuerpo y del espíritu. Es una interrupción súbita del flujo vital que revela, en su crudeza, la fragilidad absoluta de existir.
La Muerte Súbita fue como un relámpago en medio de una tormenta: breve, silenciosa, sin despedidas. La vida se retira sin sufrimiento ni aviso, sin tiempo para el dolor ni para la conciencia de lo que se pierde.
El fallecimiento se produce de manera instantánea y sin que se sufra dolor ni angustia, no hubo síntomas ni presagios. No hubo agonía. Solo una interrupción abrupta, casi caprichosa, que desafió toda lógica médica o intuición. Es como si ella hubiese decidido jugar con las expectativas humanas y, sin esperar la enfermedad, apareció de manera abrupta, tratando de poner fin a la existencia.
La muerte no siempre sigue las reglas establecidas por el inconsciente colectivo. En sus revueltas inesperadas, puede adoptar formas insólitas, como la muerte súbita, que trasciende la frontera entre la vida y la muerte. En pleno estado de salud, la muerte irrumpió de modo “Súbito” y me convertí en protagonista de un colapso sin previo aviso. De un momento para otro, yo que había trabajado en urgencias médicas, siempre acostumbrado a ser el auxiliador, me encontraba ahora en el centro de la escena. Quien antes asistía, pasó a ser el que necesitaba ser asistido. Una emergencia, que tantas veces me había tocado afrontar en los demás, esta vez se convirtió ahora en un desafío personal. De un momento a otro, todo se oscureció. No hubo dolor ni señales. Simplemente dejé de existir. Respiración y latidos cesaron. La conciencia se disolvió como un suspiro en la vastedad del silencio. Lo que había sido cuerpo y pensamiento quedó suspendido en una pausa sin coordenadas.
Durante cinco minutos habité un estado de no-vida. Un territorio sin tiempo ni espacio. Un intersticio entre lo que fui y lo que podría volver a ser. ¿Dónde estuve? ¿Dónde quedó mi psiquis? Esa red de pensamientos, emociones, memoria y sentido, que interactúan entre sí, parecía haberse silenciado. No desapareció: simplemente quedó en pausa, como si aguardara en latencia el momento de reanudarse. Imagino ese estado como una dimensión alternativa de pura potencialidad. Allí donde no hay conciencia, no hay necesidad de tiempo ni de espacio. Todo está, pero nada ocurre. Es una calma sin expectativa. No es oscuridad: es vacío sereno, sin fronteras ni dirección. Ni arriba ni abajo. Ni antes ni después. Es la suspensión absoluta del devenir. No hay latido, ni cuerpo, ni memoria. Es un lugar que no es lugar. Un centro sin límites. Una pausa del yo. El tiempo no fluye: se detiene. El espacio no se extiende: desaparece. Uno se convierte en un punto infinitamente pequeño y grande a la vez, como si habitara el núcleo invisible de un agujero negro. Lo que define nuestra biografía se interrumpe. Se apaga la identidad como una lámpara en la noche. El caos eléctrico que conduce a una muerte súbita involucra también lo espiritual: el marcapaso biológico trastabilla, y el orden se pierde. Y tal como sucede con los cortes de energía eléctrica, donde la gente se queda sin luz, mi cuerpo y mi mente se apagaron y se quedaron sin vida.
La psiquis no dejó de existir; simplemente quedó en estado de pausa. Durante cinco minutos estuve en modo no-vida en un sitio donde no existen ni tiempo ni espacio. Creo que mi mente, durante esos cinco minutos, podría haber existido en una dimensión alternativa de pura potencialidad; donde todas las experiencias están latentes y no necesitan ser exploradas para existir. Quizás la conciencia no se apague, sino que se disuelva en una matriz anterior al pensamiento. Como si regresara, por unos minutos, a un estado preconsciente, un lugar sin identidad, sin expectativa, donde no hay nada que perder ni temer, porque aún no se ha despertado la idea de lo propio. Tal vez por eso, no hay angustia: porque no hay sujeto que pueda experimentarla. Ese modo de no-vida, al que no puedo llamar muerte definitiva ni tampoco sueño, se parece más a un intermedio ontológico: un espacio en blanco entre dos formas de ser.
Intentaré profundizar sobre lo que ocurrió durante esos minutos. Imaginemos un lugar más allá de cualquier experiencia sensorial, una vastedad infinita donde las nociones de tiempo y espacio no tienen significado. Este «modo no-vida» es como flotar en un océano de calma absoluta, donde no hay arriba ni abajo, ni antes ni después. No es una oscuridad, sino una especie de vacío sereno, que no tiene límites ni fronteras. Esta situación provoca que los conceptos que rigen nuestra existencia desaparezcan. No hay latidos del corazón, ni respiración, ni la sensación de tener un cuerpo. Todo lo que alguna vez te definió como ser humano, recuerdos, emociones y pensamientos, parece haber sido suspendido en una pausa infinita. No es una aniquilación, sino un estado de latencia.
En este estado de pausa, la psiquis debe encontrarse en un reposo profundo donde no hay actividad consciente. El tiempo, esa constante invisible que sentimos como un flujo continuo, simplemente deja de existir. No hay segundos, minutos, ni horas. En esta quietud perfecta, no hay pasado ni futuro, solo un presente eterno que no se mueve. Es así que me encontré perdido en un vacío sin fronteras. Ese limbo entre la vida y la muerte, donde el tiempo parece detenerse
Uno se encuentra en un lugar que no es lugar, sino un punto infinitamente pequeño y grande al mismo tiempo. Es como estar en el centro de un agujero negro, donde todas las coordenadas se colapsan.
Es el aviso dramático de que la vida está llegando a su fin. Una sensación de sorpresa, de final abrupto. Es un momento de caos y confusión. Se podría describir como un corte brusco en la biografía personal.
La posibilidad de revertir este proceso va a estar condicionada por muchos factores. Uno imprescindible sería que en la cercanía hubiese gente capacitada en reanimación cardiopulmonar.
Si, como aseguran las estadísticas, sólo uno de cada cuatro testigos fuera del ámbito hospitalario, está capacitado en reanimación, habría solo un veinticinco por ciento de probabilidad de que una persona en paro cardiorrespiratorio, sea asistido en tiempo y forma. Si la asistencia llega a tiempo comenzará una lucha crucial para recuperar el orden dentro del caos, una lucha entre la vida y la muerte. Me encontraba en una dimensión sin nombre, en la que el tiempo no avanza y la existencia se encuentra en estado coloidal. Y sin embargo, dentro del caos, comenzó la lucha ancestral entre la vida y la muerte. Aparecieron dos manos oportunas y solidarias, que trabajaron sobre mi tórax. La energía de un desfibrilador completó la acción. Y donde el tiempo parecía haberse detenido, un latido emergió desde el silencio y la vida fue devuelta. Si no hubiese sido médico, habría pensado que me estaba despertando de una siesta; pero no, en realidad volvía de la muerte.
La RCP exitosa pone la vida al alcance de las manos.
Ese regreso, silencioso y rotundo, es vivido como un milagro. No por lo sobrenatural, sino por lo profundamente humano. Durante esta interrupción fugaz del tiempo, hubo que enfrentar la paradoja de estar simultáneamente vivo y muerto, de ser un habitante de dos mundos irreconciliables. Y así, como sucede con las marionetas en manos de un destino titiritero, sentí que fui devuelto al escenario de la existencia, a ese mundo en el que nací y que creía conocer.
Morir súbitamente y volver deja marcas invisibles. Uno comprende que el tiempo es un lujo y cada instante es un regalo efímero. Una experiencia cercana a la muerte demuestra que estar vivo no es un derecho: es una posibilidad renovada.